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Historia

Tras la aplastante victoria de las fuerzas cartaginesas en la batalla de Cannas Aníbal pudo iniciar el asedio de la ciudad de Roma

Entre los años 218 y 201 antes de nuestra Era tuvo lugar la conocida como Segunda Guerra Púnica, que enfrentó a las dos potencias hegemónicas de la época en el Mediterráneo Occidental, Roma y Cartago. Entre los protagonistas de esta contienda destaca con luz propia el general cartaginés Aníbal Barca, uno de los mayores genios militares de todos los tiempos, que pudo cambiar el curso de la Historia

Pocos personajes han tenido tantas posibilidades de cambiar el curso de la Historia como Aníbal Barca. El general cartaginés fue capaz de poner en jaque a la poderosa República de Roma durante varias décadas, llevando la guerra hasta las mismas puertas de su enemigo. Las gestas del ejército comandado por el mayor de los hermanos Barca a lo largo y ancho de la península italiana se siguen estudiando a día de hoy en las principales academias militares de todo el mundo.

El contexto  

El mundo Mediterráneo durante los últimos años del siglo III antes de Cristo estaba marcado por la incipiente hegemonía romana, cuya posición había salido muy reforzada tras el resultado de la Primera Guerra Púnica (261-241 AEC), precisamente a costa de la que hasta entonces había sido la potencia dominadora de todo el Mediterráneo Occidental, la República de Cartago. La pérdida de la Magna Grecia (Sicilia) había supuesto un duro revés para la ciudad norteafricana, aunque ni mucho menos había marcado su fin. En este período y durante los años inmediatamente posteriores brilló con luz propia un general cartaginés, Amílcar Barca. El padre de Aníbal fue el principal responsable de la expansión territorial cartaginesa en la Península  Ibérica desde el año 236 AEC hasta su muerte en la batalla de Illici (Elche, 228 AEC). A partir de ese momento fue su yerno Asdrúbal (AKA «el Bello») el encargado de comandar las fuerzas cartaginesas en Iberia. Mientras tanto Roma atendía con preocupación a las conquistas de su rival del sur en el extremo occidente. La excusa que esperaba para intervenir llegó a manos de las ciudades de Sagunto y Ampurias que, ante el avance cartaginés, solicitaron la protección romana.

Castillo romano de Sagunto

Castillo romano de Sagunto

Diego Delso (CC-BY-SA)

En el año 226 un joven Aníbal fue testigo de la firma del conocido como Tratado de Ebro, por el que su cuñado se vio obligado a acordar con Roma la división de las zonas de influencia de ambas potencias en la Península Ibérica, que quedaba delimitada por el cauce del río Ebro.  Era la primera vez que el más temible rival que jamás tuvo el imperio romano se la tenía que ver con «El Enemigo». Un hecho que incrementó su profundo odio heredado hacia la metrópoli itálica, y que a la postre acabaría siendo el catalizador que dio inicio a la Segunda Guerra Púnica, la guerra de Aníbal.

Tras el asesinato de su cuñado a manos de un esclavo celta, Aníbal pasó a comandar el ejército cartaginés. Era el año 221 AEC y tenía 25 años.  El que sería denominado por sus propios enemigos como «el más grande de los generales» no perdió tiempo para cumplir el juramente que, apenas con 11 años de edad, le hizo prometer su padre: «Emplearé el fuego y el hierro para romper el destino de Roma». Sagunto, situada al sur del río Ebro, se postulaba como la excusa perfecta para iniciar las hostilidades. Aunque dentro de la zona de influencia cartaginesa acordada varios años antes, Roma tomó a esta ciudad costera ubicada al norte de la actual provincia de Valencia bajo su protección. Aníbal no iba a desaprovechar esta provocación y, tras recibir el visto bueno por parte del Senado cartaginés, inició la conquista de esta ciudad, que cayó tras un largo asedio. Los romanos exigieron al Gobierno de Cartago la entrega de Aníbal, escudándose en las capitulaciones firmadas en el 241 AEC por las que los norteafricanos se abstendrían de hostigar a cualquier aliado de Roma. El Senado cartaginés respondió declarándole la guerra. 

Aníbal invade Italia

Aníbal no estaba dispuesto a cometer los mismos errores en los que cayeron los cartagineses durante la Primera Guerra Púnica. Esta nueva guerra se dirimiría en función de sus intereses, no de los romanos, así que decidió llevar la contienda al mismísimo corazón de Roma, aunque para lograrlo tuviera que recorrer a pie miles de kilómetros, aunque su ejército tuviera que cruzar los Alpes y él tuviera que quedarse tuerto en el intento. En la primavera del año 218 AEC  Anibal partía desde la flamante ciudad de Qart Hadasht (Cartagena, fundada varios años antes por su cuñado Asdrúbal) al frente de un ejército formado por 90.000 infantes y 12.000 jinetes (según los datos de Tito Livio) de muy distinta procedencia, desde temibles honderos baleáricos hasta aguerridos jinetes númidas, todos unidos por un fin común: acabar con el poderío de Roma. Quedaban en la Península Ibérica tan sólo a 1000 caballeros y 10.000 soldados de infantería que, junto a los aliados ibéricos, deberían hacer frente a la inminente invasión romana. Aunque la pintoresca imagen de un Aníbal cruzando los Alpes al frente de un ejército de elefantes ha calado profundamente en nuestro imaginario, lo cierto es que tan sólo llevaba 37 paquidermos, de los que tan sólo llegaron unos pocos a la Península Itálica.

Aníbal, siendo un niño, jura odio eterno a los romanos

Aníbal, siendo un niño, jura odio eterno a los romanos

Viñeta de John Leech pertenenciente a la obra ′The Comic History of Rome′, de Gilbert Abbott A Beckett (1850). En la escena se muestra a un jovencísimo Aníbal jurando ante los dioses odio eterno hacia los romanos, en presencia de un satisfecho Amílcar Barca. «Juro que en cuanto la edad me lo permita [...] emplearé el fuego y el hierro para romper el destino de Roma», le hizo prometer su padre

El ejército de Aníbal tuvo que superar las inclemencias del clima y el terreno, el continuo hostigamiento por parte de las tribus galas, burlar a las tropas de Publio Cornelio Escipión que los esperaban en el río Ródano, incluso realizar la que es considerada como la más formidable gesta táctica de la Antigüedad, cruzar los Alpes al frente de un ejército. Las cifras varían enormemente según las distintas fuentes (entre 3.000 y 20.000 bajas), pero es un hecho que el desgaste al que se vio sometido el ejército cartaginés fue enorme. Los hombres estaban debilitados, enfermos y hambrientos, pero ahí estaban. Un ejército acababa de «materializarse» en la mismísima Península Itálica, ante la atónita mirada de los romanos.

Tesino, Trebia, Trasimeno, Plestia... todos nombres de batallas, siempre con un mismo resultado. Las huestes de Aníbal derrotaron, humillaron a todos los ejércitos que Roma les enviaba. La Ciudad Eterna quitaba y ponía cónsules, que acababan cayendo, de uno en uno o a pares, ante las genialidades del general cartaginés. Pero aunque en el apartado táctico los cartagineses contaban los enfrentamientos por victorias, la estrategia de Aníbal empezó a mostrar sus principales debilidades. Roma era mucho más poderosa de lo que Aníbal había imaginado, su capacidad para formar nuevos ejércitos parecía no tener fin. Por otra parte, los pueblos italianos no acababan de levantarse contra el yugo romano, bien por temor o por indecisión. El hecho es que el esperado alzamiento generalizado de los itálicos contra el dominio de Roma no se produjo. 

Mientras tanto, en el verano del año 217, Roma decidió nombrar Dictador a Quinto Fabio Máximo, un cargo que le otorgaba poderes máximos y que ponía el destino de la República en sus manos. El que pasaría a la historia con el sobrenombre de Cunctator (literalmente, «el que retrasa») fue el único comandante romano que estuvo a la altura del genio de Aníbal, al menos durante estos primeros años de guerra. Su táctica era simple pero efectiva: reconociendo la incuestionable superioridad militar del ejército de Aníbal lo único que se podía hacer era evitar el enfrentamiento directo, manteniendo un hostigamiento continuo contra las vías de aprovisionamiento y retaguardia de los cartagineses. Una guerra de desgaste que hoy en día conocemos como «táctica de guerrilla». Afortunadamente para los intereses de los cartagineses, el inteligente planteamiento de Cunctator fue malinterpretada por sus compatriotas, acusándolo de querer perpetuarse en el cargo o, directamente, de cobardía. Tras seis meses bajo la «dictadura» de Quinto Fabio, el ejército romano pasaba de nuevo a manos de cónsules que inicialmente mantuvieron la «estrategia fabiana», al menos hasta el año 216 AEC, cuando fueron nombrados los nuevos cónsules Lucio Emilio Paulo y Cayo Terencio Varrón. 

El 2 de agosto del año 216 AEC tuvo lugar la batalla de Cannas, en la región de Apulia, al sur del mar Adriático. Tras meses evitando el enfrentamiento directo, los nuevos cónsules reunieron un ejército de aproximadamente 80.000-100.000 hombres, el mayor ejército romano hasta la fecha. Su intención era clara, aprovechar la superioridad numérica para aplastar de una vez al ejército de Aníbal. El cartaginés los destrozó. Literalmente. La batalla de Cannas sigue siendo a día de hoy una de las más sangrientas de toda la Historia, el número de muertos en un solo día es espeluznante, aproximadamente entre 60.000 y 70.000 romanos cayeron aquel día. Por parte del ejército cartaginés «sólo» hubo 6000 bajas. En apenas tres años de campaña militar en suelo italiano Aníbal había acabado con el equivalente a 8 ejércitos consulares, una quinta parte de los ciudadanos romanos mayores de edad. 

La decisión de Aníbal

Tras la aplastante derrota sufrida en Cannas el futuro de Roma parecía estar en entredicho. Una gran parte de las ciudades del sur de Italia se levantaron contra la metrópoli, sumándose a la causa de Aníbal, destacando especialmente la opulenta capital de la Campania, Capua. El nuevo rey de Siracusa, Hierónomo, rompió su alianza con Roma, volviendo sus favores a la antigua metrópoli africana. El rey macedonio Filipo V juró lealtad a Aníbal (un acuerdo que se consumó al año siguiente). En los días inmediatamente posteriores a la derrota de Cannas, la Ciudad de las Siete Colinas se sumió en el caos, la gente estaba aterrorizada, entregándose incluso a la práctica del sacrificio humano para rogar por el favor de los dioses, que parecían haberlos abandonado definitivamente. Aníbal estaba a un paso de romper el destino de Roma, como años atrás había prometido a su padre. 

¿Por qué Aníbal decidió no dirigir su ejército contra la ciudad de Roma tras la batalla de Cannas? Esta es una de las grandes preguntas que se han hecho los historiadores, incluso sus contemporáneos. Se han barajado multitud de argumentos para explicar esta decisión, desde la muy improbable relajación de los cartagineses tras entrar en Capua (ver "Las delicias de Capua") hasta la carencia del material bélico necesario para iniciar un asedio de tal magnitud, pasando por el desgaste de sus tropas tras Cannas o el escaso apoyo por parte del Senado de Cartago. Otros autores apuntan a que el general cartaginés no pretendía arrasar Roma físicamente, sino que su intención era someterla al poder Cartago. Incluso se suele aludir a la personalidad del propio Aníbal, citando las supuestas palabras que le dedicó su lugarteniente Maharbal, presuntamente tras conocer su negativa a atacar Roma:

Verdaderamente, los dioses no han querido dar todas las virtudes a la misma persona. Sabes sin duda, Aníbal, cómo vencer, pero no sabes cómo hacer uso de tu victoria

Lo único que sabemos a ciencia cierta es que Aníbal decidió posponer su asalto directo a la Ciudad Eterna, si es que acaso alguna vez lo pretendió. Durante los 15 años de combates en tierras italianas tan sólo se acercó una vez a las puertas de Roma (en el año 211 AEC), y es más que probable que lo hiciera en el marco de una maniobra de distracción, no con la intención de iniciar un asedio real.  

Mapa de la Segunda Guerra Púnica (218 - 202 AEC)

Mapa de la Segunda Guerra Púnica (218 - 202 AEC)

YassineMrabet / Dominio Público

Rutas de los ejércitos cartagineses comandados por Aníbal Barca y su hermano Asdrúbal, ofensivas romanas y las grandes batallas que marcaron el curso de la Segunda Guerra Púnica

Tras el impacto que supuso el desastre de Cannas Roma demostró su extrema capacidad para superar las adversidades, dejando claro que no estaba dispuesta a sucumbir ante el ejército de Aníbal. El Senado romano rechazó a la delegación enviada por el cartaginés para negociar un tratado de paz, sin ni tan siquiera recibirla. Sus intenciones estaban muy lejos de la «paz», tanto que prohibieron pronunciar esta palabra. En cambio, ordenaron una movilización masiva de toda la población masculina adulta, reclutando para sus nuevas legiones incluso a los esclavos. Roma consiguió una vez más restaurar sus ejércitos italianos y, esto es lo más importante, mantener la lealtad de la mayoría de ciudades italianas.

Quizás aquí esté la respuesta a la decisión de Aníbal. Quizá sólo él supo interpretar la verdadera dimensión del poder de Roma. Incluso en el año 211, cuando la expansión púnica estaba en su máximo apogeo tanto en Italia como en Sicilia, cuando las fuerzas romanas desplazadas a la Península Ibérica habían sido prácticamente exterminadas, cuando su ejército se encontraba a apenas 3 millas de las murallas de Roma y la ciudad gritaba aterrorizada «Hannibal ad portas». 

Quizás Aníbal decidió no iniciar el asedio de Roma tras la batalla de Cannas porque sabía, o más bien creía, que no podría tomarla. Un hecho que pudo haber cambiado radicalmente el curso de la Historia y que, posiblemente, rondara por su cabeza cuando 30 años después se suicidó en Libisa, a orillas del mar de Mármara, autoexiliado de su tierra tras sufrir la traición de los oligarcas cartagineses (otra más) y  hostigado por sus eternos enemigos. Unos enemigos a los que jamás dejó de combatir, cumpliendo así con su promesa.